Federación Espeleológica de América Latina                  y del Caribe

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Papeles  Viejos

9/6/2013

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Todos nosotros de alguna manera gustamos guardar cosas en el cajón de los recuerdos para luego, en algún momento, cuando los necesitemos, volver a recordar. Es algo muy natural pero que en momentos nos puede aturdir al caminar nuevamente por aquellos caminos trillados que resolvimos no volver a caminar, o al descubrir que lo que creímos una verdad absoluta no lo era, o para levantar nuestro ego de campañas y batallas que ya no volverán. 

A veces se nos olvidan  las historias y buscamos en lo profundo de este cajón de recuerdos para refrescarnos la memoria. Es como si se volviera al momento en que ocurrieron los hechos, es revivir el pasado, es volver a preguntarnos por qué, cómo, donde y en cierto sentido qué pude hacer para que esto no ocurriera, o si es una buena noticia, sentir nuevamente ese efecto que nos abarca el alma. Es bueno recordar, muy bueno, y de la misma forma vivir del recuerdo puede alejarnos de la realidad, del presente, de los resultados y de las consecuencias.

Hace casi cinco años, un hombre al que muchos creímos muy bueno decidió romper un par de reglas porque se encontraba en la cima del poder y porque esto le resultaba muy cómodo. Este hombre, que trabajó fuerte para que su nombre se conociera, lucho al lado de muchos e hizo un trabajo que para otros tantos fue admirable. Este hombre se adentró tanto en las entrañas de ese poder efímero, que decidió imponer sus reglas sobre los demás. No pensó que debe existir equilibrio y que ese equilibrio no solo dependía de su razón sino también de la de los demás.

El hombre, quien hasta ese entonces gozaba de un prestigio marginal resbaló en su soberbia y se pisó el ego. Fue tan fuerte la caída que su prestigio quedó maltrecho y su razón borrascosa. En vano fueron los intentos para que reaccionara y despertara del aturdimiento. Se quedó así por años. Tomó decisiones pésimas con resultados peores que solo trajeron más soledad a su alma ya empobrecida y no le quedó otro remedio que recurrir al cajón de los recuerdos, allí donde depositó aquellos papeles viejos que entendió le podían dar un respiro si acaso.

Es triste pensar que un ser humano productivo, que impulsó la espeleología por una veintena de años no acaba de salir del aturdimiento que le produjo aquel accidente. Muchos le alertaron de que pisara con pie firme, de que se deshiciera de la nube pasajera de gloria, del poder que no era, de la sinrazón que le restaba razón, pero no quiso. El hombre, en desesperado intento, abrió la tapa vetusta y apolillada de aquel cajón  y comenzó a buscar y a rebuscar algo que justificara su condición. Fue en ese momento que encontró lo que buscaba, solo que que al, leerlo no creyó lo que había escrito. Entonces, en su sinrazón, comenzó a hilvanar una historia, una que él sabia no era verdad pero que se acomodaba muy bien a su estado de sinrazón.

Aquellos papeles viejos se convirtieron en su frágil sable, sin filo, endebles, chorreando historias increíbles, muchas tan buenas como las del Principito, pero sin el sentido apenas de Juan Salvador Gaviota. Quiso hacer volar su palabras por doquier, elevó sus dedos al cielo como implorando una respuesta que él sabía no recibiría. Llenó su universo de más papeles, todos de historias controvertibles donde ganaba laureles, donde se le aclamaba, donde por antonomasia representaba la única espeleología legal del planeta, una tan frágil como un ejército de una persona. 

Fue triste ver a un hombre postrado en su ego, inundado de soberbia, maltrecho por sus propias palabras. Fue triste verlo buscar un auxilio fuera de su planeta, por que en el suyo no lo encontraba, regalando menciones de honor para atrapar algún ingenuo que se detuviera a escuchar sus lamentos. Fue triste ver al hombre reciclando sus propias lágrimas porque ya nadie le prestaba siquiera algunas para refrescar su llanto. Fue triste verle proferir palabras incoherentes, palabras soeces, palabras de mal gusto, palabras huecas, palabras altisonantes, palabras que le retornarían cada vez que que las dijera. Fue triste ver el derrumbe de un hombre que escogió su destino de soberbia, aprovechándose de lo que sabía y de lo que no tenía para no servir con transparencia.

Han pasado muchos años y en su sinrazón, aquel pobre hombre sigue estrujando un papel que le dice que ya no hay mas gloria, ni poder, ni pertenencia, ni influencia, si es que alguna vez la hubo, ni convencimiento, ni paz, porque decidió escudarse en sus recuerdos vanamente torcidos para no aceptar la realidad. Hoy, todos aquellos que lo recordamos, todos los que de alguna manera fuimos caminantes en su camino miramos y solo vemos pedacitos de papeles viejos regados por el suelo.

Ahora, hombres y mujeres nuevos se levantan, empuñando el blasón de una espeleología solidaria y fuerte para hacerle frente al desvarío, a la sinrazón, al desequilibrio, hombres y mujeres que practican la transparencia, el apoyo, la estima, la transparencia, el sano juicio y la humildad, enterrando los papelitos viejos que tanta amargura le causaron a aquel ser, aquel espeleólogo que decidió que solo había una verdad: la suya. 

No permitas que unos papeles viejos te desvíen de la razón. Quien tiene vocación y tiene entrega y tiene amistad y tiene pertenencia lo demuestra antes, ahora y después. Que un papel viejo no te lleve al desquicio. porque la verdad es la mejor arma contra la mentira...


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    Efraín Mercado, espeleólogo

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